Se cumplen tres decenios desde que el escritor
colombiano recibiera el máximo galardón de la Academia Sueca. Aquí una
crónica que recuerda su trayectoria.
Macondo es el inicio de todo. El pueblo imaginario
fundado por José Arcadio Buendía supuso el comienzo del éxito literario
de su autor y el libro de cabecera de varias generaciones. Gabriel García Márquez (1927) quiso «dar salida»
a todas las experiencias de su infancia y fabuló una novela para la
Historia. Macondo-Aracataca es el inicio pero también es el final. El
recuerdo más digno para este genio de las letras hispanoamericanas, 30
años después de su Premio Nobel y cuando su memoria sufre los estragos de la enfermedad.
¿Es Cien años de soledad una alegoría de la Humanidad?, le pregunta su amigo Plinio Apuleyo Mendoza:
“No [contestó], quise sólo dejar una constancia poética del mundo de mi
infancia, que como sabes transcurrió en una casa grande, muy triste,
con una hermana que comía tierra y una abuela que adivinaba el porvenir,
y numerosos parientes de nombres iguales que nunca hicieron mucha
distinción entre la felicidad y la demencia”.
TIEMPO MEXICANO
Su siguiente destino es México y allí publica El coronel no tiene quien le escriba (1961). En el D.F. se relaciona con escritores como Juan Rulfo y Carlos Fuentes, y nace su segundo hijo, Gonzalo (1962). Además, escribe sus primeros guiones, como El gallo de oro, basado en un cuento de Rulfo.
Un recorrido en auto le lleva más lejos que el Acapulco
que estaba en sus planes. Estaba en el coche con su esposa y le volvió a
rondar la idea que ya había intentado muy joven, pero que entonces no
fue capaz de afrontar. En ese viaje, paró el vehículo, renunció al
Caribe mexicano y comenzó a escribir el relato de los suyos.
Se terminó llamando Cien años de soledad (1968), aunque en los albores fuera ‘La Casa’:
“Tú sabes ya toda la cantidad de locuras de ese estilo que ella me ha
aguantado. Sin Mercedes no habría llegado a escribir el libro. Ella se
hizo cargo de la situación. Yo había comprado meses atrás un auto. Lo
empeñé y le di a ella la plata calculando que nos alcanzaría para vivir
unos seis meses. Pero tardé año y medio escribiendo el libro. Cuando el dinero se acabó,
ella no me dijo nada. Logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la
carne [...]. Se ocupó de todo sin que yo lo supiera: inclusive de
traerme cada cierto tiempo 500 hojas de papel. Nunca faltaron aquellas 500 hojas. Fue
ella la que, una vez terminado el libro puso el manuscrito en el correo
para enviárselo a la Editorial Sudamericana”, explica en la misma
entrevista con su amigo Mendoza.
BARCELONA Y EL NOBEL
El éxito de la obra le regala muchos premios y el reconocimiento
como escritor. Se traslada con su familia a Barcelona, donde viviría
hasta 1975, y donde coincidió con Mario Vargas Llosa,
primero amigo y ahora distanciado para siempre. Allí escribió El otoño
del patriarca. Y agrega la calle Caponat de la Ciudad Condal a las
mexicanas Lomas del Pedregal del D.F. Publica Crónica de una muerte anunciada (1981). En 1982 le conceden el Nobel y dedica su discurso a A. Latina.
Regresa a Colombia y publica El amor en los tiempos del cólera
(1985), la historia de amor de sus padres. Su producción literaria se
ralentiza pero su perfil ideológico se afianza. En la Feria del Libro de
Bogotá de 1996, presenta Noticia de un secuestro, en 2002 sus memorias,
Vivir para contarla, y en 2006 Memoria de mis putas tristes.
Como personaje inesperado, el cáncer, un compañero que, como la pérdida
de memoria, se resiste a marcharse. “¿De dónde proviene la soledad de
los Buendía?”, le plantea Mendoza. “De su falta de amor. [...] La soledad, para mí, es lo contrario de la solidaridad”. Palabra de solitario impenitente.
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